Ni la niña de la curva, ni el hombre del saco, ni los caimanes bajo las alcantarillas de Nueva York ni tan siquiera el cuerpo criogenizado de Walt Disney. La historia que relataré a continuación forma parte de una nueva leyenda urbana que comienza a extenderse entre los pasillos de las facultades y los foros de las páginas de empleo: “la del chico que después de encadenar cinco años seguidos de práctica en práctica, vagando en el eterno exilio del becario en busca de la tierra prometida, finalmente consiguió un buen contrato”.
Como en toda leyenda urbana todo el mundo conoce a uno…a un amigo de un amigo de un antiguo compañero de Universidad y así hasta completar una cadena interminable. Yo también conozco a uno – de hecho conozco a un par- y puedo aseverar que es cierto (aunque es verdad que esto es lo típico que se dice en estos casos).
Hace una semana, intentando evadirme de mi eterno día de la marmota como demandante de empleo, me apunté a compartir unas cervezas con unos buenos compañeros de máster. Ambos, como yo, habían peleado durante meses con las inclemencias que supone eso de trabajar en los medios de comunicación y sobrevivir al mismo tiempo; pero ambos ahora, y a diferencia de mí, no solo tienen trabajo sino un buen trabajo que de verdad les apasiona y del que ahora sí pueden vivir.
Se confirma la leyenda. Existen unos seres que verdaderamente te observan mientras trabajas, valoran tus capacidades y, a pesar de las dificultades, se arriesgan a darte una oportunidad. ¡Y yo que pensaba que solo estaban en los cuentos y en alguna que otra batallita de la era A.C. (Antes de la Crisis)!
Pues sí, existen. El problema es que son difíciles de encontrar, su población ha quedado diezmada desde que los balances comenzaron a llenarse de números rojos. Desde entonces han sido suplantados por otros seres con cabezas llenas de cifras cuyos defectos de visión les impiden ver a sus empleados como recursos valiosos para su empresa y, muy al contrario, solo los ven como gastos prescindibles a fin de mes.
No obstante, como me confirmaron mis compañeros, a pesar de la preocupante cosificación de las personas a la que asistimos desde que el fantasma de la crisis escapase de su torreón (somos números en una nómina, números en las encuestas de la EPA…), existe todavía quienes son capaces de ver y valorar a los demás no solo por lo que hacen sino por lo que pueden llegar a hacer, sin pensar en si les sale caro o barato, si hay posibilidad de sustituirle por alguien que cobre la mitad o incluso no cobre o si se pueden buscar subterfugios legales para engañarle por cuatro perras.