Velas para Job

 

Consejos para los nuevos parados

“En la vida, siempre que una puerta se cierra, otra se abre… pero los pasillos son un tormento”. Hace unos días leí esta frase en Twitter y la verdad no podría estar más de acuerdo. Quizá lo más difícil de soportar en los momentos de cambio es el tránsito. Ese limbo en el que uno vaga esperando una respuesta propia o ajena que le indique cuál es el siguiente paso. Hay que tener cuidado, en este momento las posibilidades de caer en la autoflagelación son extremadamente altas.

Para mí, la evolución del estado de ánimo cuando uno se queda sin trabajo podría plasmarse en un gráfico de dientes de sierra.  Al principio depresión (eso, y acordarte de toda la familia de tu jefe), después llega la hiperactividad y uno se pone como loco a retomar viejos contactos, abrir perfiles en páginas de empleo, hacer mailing masivo a empresas…, pero las respuestas nunca son inmediatas y, por mucho que nos lo hubieran advertido, nunca se sabe lo mal que está el mercado laboral hasta que no te topas de bruces con él.

Así llegamos al tercer y más peligroso estadio: el choque con la realidad, que con frecuencia se traduce en decepción e incertidumbre. Es frecuente desarrollar en esta etapa una especie de “horror vacui” o miedo a encontrarte el buzón de correo en blanco, sin una sola respuesta a las cientos de solicitudes de empleo enviadas, sin un mensaje de esperanza de las decenas de empresas a las que has ofrecido tus servicios. Ante esto, y con la presión de familiares y amigos que no dejan de preguntarte a diario si ya te ha salido algo, acabas por repetir una y otra vez a modo de mantra que la cosa está fatal y no hay manera de encontrar nada, comienzas a pensar que todo el esfuerzo ha sido en vano y entras en la etapa de autoflagelación en 3, 2, 1…

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La fórmula de la eterna juventud

Ni cremas antiaging, ni bífidus activos, ni siquiera la baba de caracol. La verdadera fórmula de la eterna juventud la tienen hoy las empresas. A través de una especie de proceso de crionización permiten a los que tienen 30 sentirse en la misma situación, con las mismas necesidades, los mismos miedos y las mismas carencias que los de 20. El eterno estatus de becario hace auténticos milagros. Por el módico precio de (lo que seas capaz de pagar por un master) tendrás la oportunidad de viajar en el tiempo y volver a vivir esa nostálgica indigencia adolescente, cuando trabajabas durante jornadas infatigables por 300 euros sin dejar de estar agradecido a tu jefe por la gran oportunidad de aprendizaje que te estaba ofreciendo. Puede que seas el mayor de tu oficina, que tengas más experiencia que todos tus compañeros juntos pero no pasa nada, con el nuevo estatus de becario volverás a sentirte igual de ninguneado que cuando entregaste tu primer currículum. Máxima responsabilidad, mínimo reconocimiento.

Ironías aparte, está claro que hoy día el mundo empresarial se ha tomado esa típica frase de “nunca se deja de aprender” de manera literal. No hay más que ojear las páginas de empleo para darte cuenta: “Buscamos trabajador en prácticas”, “beca para estudiantes”, “imprescindible convenio con Universidad”, “posibilidad de aprender en una empresa con gran proyección”. Así son las cosas, antes a la hora de contratarte se valoraba la experiencia, el currículum, las destrezas adquiridas durante tu carrera; ahora se te valora en función de cuán barato le salgas a la empresa.

Que te ofrezcan estos contratos basura cuando acabas de salir de la Universidad es asumible, que después de años trabajando te veas obligado a dejarte un dineral para que te vuelvan a ofrecer esos mismos contratos es indignante.

Es verdad que se están dando algunos avances. Parece que ahora al fin las mentes pensantes de nuestro país se han dado cuenta de que, después de años ocupando el puesto de trabajadores en plantilla por la mitad de precio, estos pobres esclavos del sistema al menos tienen derecho a cotizar. Quizás este sea un primer paso para una mayor regulación de este vacío legal en el que siempre se han movido los becarios, pero no es suficiente. Por desgracia, me sigo encontrando que de cada diez ofertas que salen a la semana, al menos ocho indican entre sus requisitos “becario/en prácticas”; me sigo encontrando empresas en las que la única forma de entrar es después de eternos años como becario previo pago de masters propios; me sigo encontrando trabajos en los que da igual el esfuerzo o la dedicación que les prestes, desde que entras tienes fecha de caducidad y en cuanto cumpla serás sustituido por otro como tú para así volver a empezar. No, sin duda, no es suficiente.

Se nos achaca hoy día a los jóvenes de mi generación que no queremos crecer, que intentamos vivir en un eterno estado adolescente; pero lo cierto es que hay muchos que estamos ya cansados del complejo de Peter Pan y nos gustaría ya de una vez empezar a cobrar sueldos de adultos, que nos gustaría dejar de ser considerados mano de obra barata para ser tenidos en cuenta como profesionales cualificados, que preferimos tener arrugas y cobrar algo más de mil euros a que nos regalen la fórmula de la eterna juventud.

A quien pueda interesar…

“Me llamo María José Carmona y llevo un mes y medio sin trabajar” En realidad la idea no es tan estúpida. Visto el momento en que nos encontramos, la idea de crear grupos de autoayuda para parados podría ser bastante útil. Las colas del INEM podrían convertirse en pequeños círculos en los que desahogarnos, compartir frustraciones, escuchar palabras de ánimo y disfrutar del vil consuelo de ese mal de muchos.

Como decía, me llamo María José y llevo mes y medio practicando esa sana costumbre de levantarme cada día a las 8.30 de la mañana para no hacer… nada. Bueno sí, mirar páginas de empleo que raramente se actualizan, enviar mails que nunca tienen respuesta y llenar mi papelera de reciclaje con ofertas de formación interesantísimas pero que no me puedo permitir. A todo esto soy una persona optimista, que conste, y precisamente por ello he decidido hacer del defecto virtud y abrir este blog para ir contando a quien le pueda interesar mis aventuras y desventuras en esta lucha diaria por varios motivos:

1. Para ayudar en lo posible a aquellos en una situación parecida
2. Para no perder el buen hábito de escribir
3. Para dejar de amargar con mis penas a los que están a mi alrededor y simplemente poder desfogarme en una hoja de papel (ya sé que se llama post, pero yo soy más de la vieja escuela)

Ah! Por cierto, soy periodista (que raro, una periodista en paro) y no, no tengo previsto abandonar la profesión por mucho que lo recomienden las estadísticas y mi propia salud mental. Así que de momento tenemos blog para rato (al menos mientras pueda seguir pagando la conexión a Internet), así que abróchense los cinturones, tengan paciencia y disfruten del viaje.